El Virreinato del Río de la Plata

El Virreinato del Río de la Plata fue creado en 1776 por orden de Carlos III. Si bien esta primera fundación fue de carácter provisional, en 1778 se realiza la definitiva. Abarcó los actuales territorios de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, partes del sur de Brasil y el norte de Chile. La capital fue situada en Buenos Aires, fundada en 1580 por Juan de Garay bajo el nombre de La Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre.
Los aborígenes, al igual que en el resto de la América ocupada, fueron repartidos entre distintos grupos de terratenientes que con la excusa de la evangelización, los sometieron a todo tipo de trabajos forzados en condiciones de esclavitud.
La economía en este virreinato seguía el modelo extractivo-exportador, y al igual que el resto de virreinatos y la propia metrópolis, se mostró ajeno a la protoindustrialización surgida en el siglo XVIII y a su posterior evolución. La ganadería, asentada principalmente en Buenos Aires constituyó una importante actividad económica, cuya relevancia se mantiene en la zona hasta hoy en día. La minería no ocupaba el lugar preferencial que poseía en el resto de virreinatos, la actividad minera en el Virreinato del Río de la Plata se limitaba a una serie de yacimientos explotados en la actual Bolivia, sin embargo, desde el puerto de Buenos Aires, se exportaban enormes cantidades de oro y plata llegadas, principalmente, del Alto Perú. El comercio, centrado en la exportación de ganado y derivados, cereales, oro y plata, estaba fuertemente regulado por la metrópolis, lo cual favoreció a la proliferación de actividades contrabandistas. La actividad comercial estaba en manos de unos pocos españoles, los cuales a su vez, detentaban gran parte del poder político.
Los principales puestos políticos estaban ocupados por españoles, otros de menor importancia eran asignados a criollos de buena posición. Pero al margen del reparto del poder, se encontraban indios, negros y gauchos. Los aborígenes eran empleados en las minas y realizaban tareas en el campo, mientras que otros, continuaban resistiéndose a la dominación foránea y la combatían con las armas en noroeste del virreinato. Los negros, traídos bajo condiciones inhumanas desde el África Subsahariana, eran importados desde su lugar de origen, o bien a realizar tareas domésticas en las residencias de las familias más pudientes, o bien a trabajar en el campo.
El gaucho, fruto de generaciones de mestizaje entre españoles, indios y criollos realizaba tareas rurales que requerían de gran destreza, lo cual, a lo largo del tiempo y gracias también a la leyenda que gira en torno a sus costumbres, cultura y modo de vida, hizo que ocupase un importante lugar en la formación de la identidad nacional de la Argentina que surgiría tras la independencia y la disolución del Virreinato del Río de la Plata.

FUENTE: clasehistoria.com

El mestizaje mexicano

¿Cuándo nació México? En términos míticos, en 1810. En términos políticos, en 1821. Pero en términos culturales, México nació dos veces: primero, en la compleja constelación cultural que Miguel León Portilla ha llamado Toltecáyotl; y, más tarde, en el acto terrible y prodigioso de la Conquista que, recogiendo elementos de aquella matriz, dio forma a una nueva construcción cultural. A su estudio dedicamos el Encuentro «El mestizaje mexicano» que se llevó a cabo en el Museo de Antropología el 12 y 13 de octubre, bajo los auspicios de la Fundación BBVA-Bancomer y como contribución a los festejos del Bicentenario.

Han quedado muy atrás las teorías raciales (y racistas) sobre el predominio étnico del «mestizo» en el mosaico de México. En su momento, formuladas por Vicente Riva Palacio, Justo Sierra y Andrés Molina Enríquez, esas teorías pudieron servir como vehículos ideológicos de integración nacional o legitimación política, pero ya nadie las defiende en nuestros días. Con todo, parece claro que el mestizaje mexicano, visto como un proceso de convergencia cultural y convivencia social, distinguió a México de la mayoría de los países de América donde la regla fue la discriminación, la segregación y aun el exterminio sistemático de los indígenas.

La primera conferencia estuvo a cargo de uno de esos viajeros que hace muchos años escuchó, desde lejos, la melodía de México y se dejó cautivar por ella: Jean Marie Le Clézio, Premio Nobel de Literatura 2008. Le Clézio sostuvo que Sor Juana Inés de la Cruz fue la fundadora del mestizaje cultural, señaló que «del mestizaje literario nació la modernidad» y recordó el esfuerzo de adaptación de los misioneros del siglo XVI que fueron puentes de comprensión entre las dos culturas: aprendieron las lenguas indígenas, crearon gramáticas y procuraron entender un mundo en que su lengua era minoritaria.

Con la extraordinaria combinación de humor y sabiduría que lo caracteriza, Miguel León Portilla afirmó que «no hay pueblo en la Tierra que no sea mestizo» y citó el caso de la propia España, amestizada por iberos, celtas, fenicios, griegos, romanos, godos, judíos y árabes. Negó que el mestizaje americano haya sido fruto del concubinato y la violación: muchos conquistadores trajeron a sus esposas y otros se casaron con indígenas, que eran vistas como mujeres «muy pulidas», incluso más que las españolas. El mestizaje cultural, según León Portilla, recibió un gran impulso a partir de 1533, cuando el presidente de la primera audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal, inició el esfuerzo de conocer la cultura indígena para poder gobernar mejor el reino. Para ello se fundó el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlaltelolco. Bajo la dirección de fray Bernardino de Sahagún (y como un eco de la escuela de traductores de Toledo de Alfonso X, «El Sabio»), se reunieron tlacuilos, dibujantes, músicos, médicos y sabios indígenas para dar forma a la magna Historia General de las Cosas de la Nueva España. Este conocimiento del mundo indígena (regalo histórico de los franciscanos) preparó el surgimiento de una interpretación mexicana del cristianismo cuyos rasgos -como la profunda veneración a la Virgen- subsisten hasta la fecha. Tras subrayar con orgullo el carácter pluriétnico y pluricultural de México, León Portilla concluyó: «Somos mestizos, señores, y a mucha honra».

David Brading, el gran historiador británico, abordó la vertiente religiosa y social del mestizaje. El catolicismo, dijo, fue un verdadero puente entre indios, españoles y castas. Los ritos y cultos católicos fueron el mayor factor de unificación. Si bien predominó el culto a la Virgen de Guadalupe, hubo otros casi tan importantes, como el culto al Señor de Chalma y la Virgen de San Juan de los Lagos. En términos sociales -agregó Brading- el sistema de castas novohispano envolvía en realidad dos sistemas paralelos: uno, donde la mezcla con españoles iba progresivamente «españolizando» al individuo, como ocurría en Europa con el ascenso del campesino al noble; otro, donde la mezcla con la población negra lo «infamaba». Un mestizo resultaba de mayor categoría porque era un español «en vías de ser». Por eso, desde épocas tempranas se les permitió acceder al sacerdocio. No ocurrió así con los mulatos, en quienes se sospechaba «malas y perversas inclinaciones». La sensibilidad igualitaria de Morelos pudo deberse a su remota condición de casta.

El mestizaje lingüístico -tema de Patrick Johansson- fue de ida y vuelta: «los españoles regresaron a Europa con un botín de palabras y hechos exóticos» de una riqueza indescriptible, ya que al momento de la conquista en México había más de 300 lenguas. El náhuatl, lengua de parónimos sutiles y huidizos, «resulta idónea para las escaramuzas verbales, para el albur».

Hugh Thomas, el gran historiador de la Conquista, se refirió a los primeros mestizos mexicanos, los hijos mitad españoles y mitad mayas del náufrago Gonzalo Guerrero, quien se negó a abandonar a los mayas para acompañar a Cortés aduciendo, entre otras razones, la de sus hijos: «Y ya veis estos mis hijitos cuán bonicos son». A juicio de Thomas, el mayor fruto de la cultura mestiza fue el peruano español Garcilaso de la Vega, autor de un magnífico estudio sobre la naturaleza del viejo Perú.

Varios otros historiadores participaron en el Encuentro. Sus intervenciones aparecerán en una Memoria que acompañará a un libro conmemorativo integrado con trabajos de otra veintena de especialistas. Habrá que darles buena difusión. Pero una cosa me quedó clara. México, cuyo vilipendio, por lo visto, se ha vuelto una moda de «corrección política», tiene en su historia procesos positivos, incluso admirables. El mestizaje cultural es uno de ellos.

FUENTE: enriquekrauze.com